¡Ella no quería abordar el tren! Algo en su corazón sentía, una ansiedad, un dolor intermitente en el pecho con sensación de congelamiento extremo.
Una profunda tristeza y cansancio eran evidentes a cada paso que daba, le pesaba mover sus 48 kilos a cuestas y contra corriente de un río joven que se desprende de un acantilado.
Sentía que la ropa la asfixiaba, provocándole llagas en la piel hasta que no pudo moverse más. Su cuerpo se paralizó de la cabeza a los pies. Sus manos, su cintura y sus piernas se deformaron.
El dolor en el cuello era punzante y caliente. Sintió como si cien manos la estuvieran atando y vendando como para detenerla, contenerla y provocarle una muerte segura, sin escape y sin poder articular una frase completa de auxilio.
Días antes Xiana había quedado con una amiga para cenar comida china y justo le había narrado a detalle sus últimos sueños. Aquella cena era como salida de una pintura de Edward Hopper, las dos sentadas de frente devorando un plato de chop suey mixto y de beber solo té de jazmín.
Apenas tres o cuatro comensales ocupaban el modesto comedor del barrio, abierto desde 1918 por sus ancestros que vinieron en la Nao de China.
Del Pacífico llegaron al Golfo, dejando un poco de rastro para quien los quisiera seguir algún día y haciendo por vivir y encajar en una sociedad con cultura y tradiciones diversas pero no tan diferentes a las suyas porque, al final todos los miedos se viven igual en cualquier lugar del mundo, y más cuando eres mujer porque llevamos el mismo sello arquetípico de la sabiduría y la intuición que es a su vez la misma conexión con el universo terrenal y espiritual.
Todo los que nos rodea nos espejea y nos conoce antes de venir a este plano. Cada una de nosotras ya ha sido inspirada por el soplo de la primera abuela iluminada, que pide deseos a los Dientes de León cuando termina de pintar las nubes.
Xiana, había crecido con la idea de que envejecías a los setenta años o en cuanto empezaras a depender de otra persona. En su familia todas las mujeres habían trabajado y sabían hacer plata, sabían moverse con propiedad y preparar un buen plato para comer. Pero la abuela ancestral, por sus años, olvidó hilvanar la última puntada que es justo la que termina en el cierre de los sentimientos, ahí en el centro del corazón. Esa es la razón de por qué las mujeres necesitamos de vez en vez un caldito caliente que cobije esa entradita, sin baches ni tropiezos, al mundo de las emociones.
No es por buscar una justificación, pero como nunca nos cerraron bien nadie nos enseñó a poner límites y de ahí nace el amor incondicional y la concepción de ver al mundo negro y blanco, malo y bueno y todo lo que quiero, gesto, alimento y cuido es mío y solo mío.
Las pesadillas de Xiana o varita de vainilla, se habían vuelto recurrentes hacía apenas unas pocas semanas. Se despertaba, con la espalda y la frente empapadas y la sensación de haber estado corriendo en un terreno accidentado donde tenía que sortear cada paso entre ramas, lodo, hojarasca y penumbra. Estaba huyendo de ser mordida por varias serpientes que se habían desprendido desde el techo de su apartamento y sigilosamente se deslizaron en zigzag a través de las tejas verde esmeralda del tejado y el blanco ostión de las paredes. Xiana se despertaba en el momento en que tres de los cinco serafines tocaban el parque color maple.
Varita de vainilla, como le decían en casa, había llegado a la edad interesante de “el nido vacío”. En tres años y tres meses se fue vaciando su vida de detalles, cada uno de sus retoños se despidió del hogar para ir tras sus sueños. Ella misma también sintió el deseo de cerrar su taller de artesanía al cual le dedicaba su tiempo libre después de jugar a la casita, lo cual hacía muy feliz solo que no estimó que ya no estaría su imagen en la foto junto a su pareja porque él decidió vivir su segunda primavera y ella no había notado la indiferente casualidad de promover un roce seguido de una caricia como quien persigue intimidad. Tomó con garbo hacer con elegante presencia las últimas pinceladas del verano para tener un otoño digno y armonioso en tono a los amarillos, naranjas y cobres de la sabiduría del alma; donde los atardeceres con un buen vino, una buena charla y una frase acompañados de una sonrisa sean los cómplices de provocarte un orgasmo sin tocar tu piel.
Xiana enterró a su tercer gato Mirko, desde la infancia se había hecho acompañar por un felino porque había crecido con la idea de que esos peludos tenían poderes curativos. Con ese evento y porque las pérdidas casi siempre vienen de tres en tres y con el estigma que sufría después de sus pesadillas decidió acomodar su vida en una maleta y aventurarse a un viaje con el único deseo de reencontrarse con sus ancestros. Compró un boleto sencillo sin fecha de retorno. Se aseguró de cerrar las llaves de paso de agua y gas y apagar las luces. Llego un servicio de taxi por ella a las nueve de la noche y la llevó hasta la estación de trenes. Durante el trayecto pensó en su vida y como una película revivió momentos que guardaba su corazón, provocando en ella júbilo, sorpresa y llanto. Acomodó su bolsita tipo Channel sobre sus piernas y buscó un pañuelo para limpiar cualquier indicio de sentimiento sobre su cara. Revisó sus documentos, su portamonedas, el boleto y el horario del tren, sacó su polvera de carey y aprovechó para colorar sus labios de carmín.
Finalmente, su servicio de taxi la dejó en la estación y ella tomó con esfuerzo su pesada maleta, le pesaba más que cuando dejó su casa, le pesaba ya no tener la fuerza de ayer ni la agilidad de antier.
Entonces un agotamiento extremo hizo acortar el ritmo de su respiración, dejó la maleta en el piso de mármol negro recién pulido, cerró sus ojos como para hacer contacto con su yo espiritual y la primera imagen que vio fue el comedor de su casa y ella en medio de una gran familia ofreciendo exquisitos manjares y recordó la frase que la marcó desde muy joven “el hogar es donde está mamá”.
¡Ella no quería abordar el tren! Algo en su corazón sentía, una ansiedad, un dolor intermitente en el pecho con sensación de congelamiento extremo.
Una profunda tristeza y cansancio eran evidentes a cada paso que daba, le pesaba mover sus 48 kilos a cuestas y contra corriente de un río joven que se desprende de un acantilado.
Sentía que la ropa la asfixiaba, provocándole llagas en la piel hasta que no pudo moverse más. Su cuerpo se paralizó de la cabeza a los pies. Sus manos, su cintura y sus piernas se deformaron.
El dolor en el cuello era punzante y caliente. Sintió como si cien manos la estuvieran atando y vendando como para detenerla, contenerla y provocarle una muerte segura, sin escape y sin poder articular una frase completa de auxilio.
Xiana perdió el conocimiento y a pesar de los esfuerzos del servicio médico de la estación de trenes dejó de existir en este plano a las once menos tres pasado meridiano. La causa de la muerte fue por mordedura de animal ponzoñoso.