Los sueños suspendidos.
Fátimath necesitaba amor a manera de cuidados y cariño de los que amaba, lo pedía en silencio, con suspiros, en forma de lágrimas reprimidas y en cada una de las muchas pinceladas de óleo que decoraban su hogar.
Ella había nacido para formar una familia, desde niña lo entendió y lo proyectó, motivada por las novelas de amor y desamor de Luisa María Linares, los boleros románticos y las guitarras clásicas que se se escuchaban en su barrio de la colonia Clavería en los años ochentas.
Después de seis años y medio se casó con su primer novio formal quien dicho sea de paso con una pregunta inocente para entablar conversación durante un baile de quince años la hizo poner en un segundo plano ser ama de casa y matricularse en la universidad autónoma para la carrera de química fármaco biología, la cual terminó con mención honorífica. Fue el orgullo de su madre y el reconocimiento de su padre y ocho hermanos.
Acto seguido guardó su título universitario y empezaron los preparativos para su boda. La única mujer de una familia tradicional de clase media tenía que salir de su casa vestida de blanco y con los azares tradicionales, sus madrinas vestidas de color fucsia y sus cuatro sobrinos de pajes con mini trajecitos hechos a la medida con corbata de moñito azul índigo.
Todo era de cuento, su vestido blanco de corte princesa escote palabra de honor aperlado, sus zapatillas de tacón forradas en raso, como aderezo las perlas de su abuela paterna, el listón celeste, el lazo de cristal que prestó la tía Carmina y las arras que su novio había guardado cuidando el detalle de que fueran todas del mismo año en el que empezaron a ser novios.
Mariano había sido siempre muy detallista y atento en todo momento con Fatimath y su familia, tenía muy bien definido su rol de proveedor y jefe de familia como buen empresario galante y educado en las mas prestigiosas escuelas. Era el monumento al buen chico de 26 años gentil, carismático, caballero y travieso aunque con unos tonos de humor negro de vez en vez el cual se sumó como estrategia de tolerancia a frustración. Tenía el don de encontrar la frase perfecta para halagar o destruir.
La nueva pequeña familia ya era legalmente, socialmente y religiosamente reconocida y su pequeño hogar era un modesto piso decorado y amueblado con muebles donados y alguno que otro regalo de de la mesa de bodas que muy entusiasmados habían elegido pero la realidad es que casi nadie de los invitados leyó detenidamente que había una mesa de regalos y que además debían de confirmar su asistencia y es que a decir verdad muy pocos sabían lo que significaban las siglas RSVP ni mucho menos la pronunciada reserve s´il vos plait.
Al final fueron una pareja invitada a una boda que sus padres y hermanos habían armado casi en su totalidad porque todavía en algunos lugares del mundo se cree que quien paga manda y así de pronto y con ese respeto o miedo que se les tenía a los mayores no pudieron abrir el baile ya como marido y mujer con su canción favorita ni hacer torna boda con sus amigos ni viajar a las islas Canarias porque lo raro era exótico y lo común era Acapulco.
Al año llegaron los gemelos Fabián y Andrés y los sueños de Fátimath se quedaron suspendidos en entre los muchos detalles que debía atender porque primero y ante todo se tuvo que ajustar a la tradición del que paga manda y a los horarios de trabajo de Mariano que con el paso de los años se convirtieron en olvido y lejanía. Poco a poco se fueron desvaneciendo los te quiero o qué bella estas, para Mariano era lógico que si proveía entonces era amor y punto. Con esa fórmula habían vivido, con esa obviedad de que en los hechos se demuestra lo que no se dice.